lunes, 17 de noviembre de 2008

122.- La sorpresa
Era nuestra calle. Incluso ahora, con una vida lejos y volviendo a casa sólo de vez en cuando, era cita ineludible.
Allí había tomado mis primeras copas y vivido mi adolescencia; mi amiga Ana conoció a su primer amor en esa calle, mientras que Ángel seguía pasándose los fines de semana. Así que no fue extraño que aquel puente hiciera una visita; era ya costumbre.
Ana se había quedado en Santander, por lo que me dejé guiar cuando sugirió aquel bar de ambiente al final de la calle. Ahora conozco el porqué de aquella sonrisa. Ella lo sabía, claro que lo sabía. Por eso no se sorprendió cuando al entrar vimos a Ángel en la barra muy bien acompañado; por eso se rió tanto al ver mi cara.

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