lunes, 17 de noviembre de 2008

130.- LOS AÑOS PERDIDOS
La tapa del ataúd se cerró dejándome prisionero, mi garganta soltó un grito sordo en aquel recipiente mortuorio y caí en un abismo hacia la nada.
Despertaba, dando una cabezada, sentado en las escaleras de aquella Iglesia Carmelita, viendo mis manos... arrugadas, una de ellas sujetando un bastón. ¡Soy anciano!, ¿cómo habían pasado los años sin enterarme?
Una joven aparece con un vestido etéreo, la sigo con grandes esfuerzos. Se trata de mi amada Irene. ¿Cómo se mantiene tan joven si yo apenas puedo sostenerme en pie? Desaparece en el callejón que lleva a la Villa de su nombre.
Me invadió un sentido de culpa por no haber aprovechado mejor mi vida, por no haberla dicho más a menudo que la quería.
El sonido de un timbre me despierta, afortunadamente es Irene que me espera en la calle, yo soy joven y todo ha sido un sueño.

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