lunes, 24 de noviembre de 2008

142.- VACÍO
Mariano, convertido en una estatua entre la maraña de sillas y mesas vacías, miraba la puerta cerrada del único bar del pueblo.
—¡Mariano! —oyó a su espalda.
Era Andrés. Le estrechó la mano, trató de sonreír. No lo logró.
—Mariano —dijo Andrés—, no te había visto antes, perdona. Siento lo de Manuela.
—Ya abren —dijo Mariano, señalando la puerta entreabierta—. Quiero desayunar.
Andrés asintió, bajó la mirada, se marchó. Mariano entró en el bar. No quería volver a casa. Allí, como en la calle, sólo encontraría sillas vacías, mesas vacías; una cama vacía.
—¿Lo de siempre?
Mariano pensó que no quería lo de siempre. Hacía frío, mucho frío, y no se quitaría el frío que anidaba en su interior con un café con leche.
—Mejor un aguardiente —dijo.
Desde que había conocido a Manuela, nunca había bebido.
Ahora que la había perdido, no podría dejar de hacerlo.

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