domingo, 2 de noviembre de 2008

3.- El vals de las mesas
Caía el sol y la hormona del humor se hacía trizas contra el telón raído de la madrugada.
Los ejecutivos cesaban de segregar y fruncían el ceño, bostezaban sin pudor y se alejaban en sus coches.Una delgada línea separaba sus buenos propósitos de sus malos pensamientos, su euforia de su depresión. Recuerdo que las terrazas de verano cerraban a las doce. La noche era sinónimo de liberación y los objetos aprovechaban el silencio para cobrar vida. Cansados de soportar el yugo de sus propietarios, bajaban a la calzada para desperezarse. Entonces la luna tapaba sus ojos para no presenciar el ritual. Las mesas estiraban las patas y copulaban con vehemencia hasta que el primer camarero del día, con su rosario de legañas, hacía inventario y no le salían la cuentas. Siempre había varias mesas de más.A continuación emergían de sus mansiones los potentados, incapaces de recordar sus pesadillas.

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