69.- MARTES TARDE
Bajo del seis. Llueve, no tiene pinta de querer parar. El viento silva y se oye el danzar de los árboles con Gallego, agitados por el agua. Cae al suelo, dibuja topos blancos en los charcos al contraluz de las farolas, y en su movimiento, calle abajo, imita el tímido oleaje que cubre la orilla, a contra corriente, cuando baja la marea.
La ciudad, limpia, avanza a mi paso. Me oigo respirar mientras subo, despacio, inhalando el aire fresco, sintiendo cómo la lluvia cae sobre mí haciendo eco en la capucha del abrigo. La calle, poblada de gotas, permanece tan desierta que puedo notar cómo modula en tono, al cambiar de pavimento o intensidad, su impacto.
Y así, sorteando charcos, llego sujetándome el borde húmedo de “mi boina tapadera”, para no ceder al viento; el faro, junto a la puerta, ya me espera encendido.
Bajo del seis. Llueve, no tiene pinta de querer parar. El viento silva y se oye el danzar de los árboles con Gallego, agitados por el agua. Cae al suelo, dibuja topos blancos en los charcos al contraluz de las farolas, y en su movimiento, calle abajo, imita el tímido oleaje que cubre la orilla, a contra corriente, cuando baja la marea.
La ciudad, limpia, avanza a mi paso. Me oigo respirar mientras subo, despacio, inhalando el aire fresco, sintiendo cómo la lluvia cae sobre mí haciendo eco en la capucha del abrigo. La calle, poblada de gotas, permanece tan desierta que puedo notar cómo modula en tono, al cambiar de pavimento o intensidad, su impacto.
Y así, sorteando charcos, llego sujetándome el borde húmedo de “mi boina tapadera”, para no ceder al viento; el faro, junto a la puerta, ya me espera encendido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario