79.- Galerna
La oscuridad se había extendido sobre la calle del sol. Miles de gaviotas se arremolinaban en los tejados volviendo locos a todos con sus desagradables graznidos. Los vecinos, alertados por el fortísimo olor a salitre que desde un rato antes impregnaba cada rincón, se afanaban en asegurar de cualquier forma sus ventanas. Sin embargo, en el último piso de uno de los edificios más antiguos un hombre escudriñaba la bahía apoyado tranquilamente en la barandilla oxidada de su balcón. Luego entró en su habitación sin prisa, colocó sobre su cama una vieja fotografía de periódico de un pesquero hundido y otra de su hijo, cogió un pequeño taburete y volvió a salir.
Desde lo alto del taburete se veía mejor la estrecha calle a sus pies, entonces se fijó en las cristaleras iluminadas de los bares y decidió que su hijo podría esperar hasta la próxima galerna.
La oscuridad se había extendido sobre la calle del sol. Miles de gaviotas se arremolinaban en los tejados volviendo locos a todos con sus desagradables graznidos. Los vecinos, alertados por el fortísimo olor a salitre que desde un rato antes impregnaba cada rincón, se afanaban en asegurar de cualquier forma sus ventanas. Sin embargo, en el último piso de uno de los edificios más antiguos un hombre escudriñaba la bahía apoyado tranquilamente en la barandilla oxidada de su balcón. Luego entró en su habitación sin prisa, colocó sobre su cama una vieja fotografía de periódico de un pesquero hundido y otra de su hijo, cogió un pequeño taburete y volvió a salir.
Desde lo alto del taburete se veía mejor la estrecha calle a sus pies, entonces se fijó en las cristaleras iluminadas de los bares y decidió que su hijo podría esperar hasta la próxima galerna.
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